Daniele Viganò Daniele Viganò, 20 septiembre, 2015

La ruta climática hacia Paris: 23 años de negociaciones

A pocos meses de la Conferencia de las Partes de Paris (COP21), la atención política, mediática, civil e incluso religiosa al futuro del clima está aumentando. Sin embargo, estas cumbres tienen cadencia anual: entonces, ¿por qué París despierta tantas expectativas? Vamos a entender la importancia histórica de esta cita.

Ya sabemos que, hoy más que nunca, la responsabilidad humana sobre el cambio climático es evidente y comprobada, como revela el último informe del IPCC, órgano de las Naciones Unidas fundando en el 1988 y constituido por miles de expertos (sobre todo climatólogos y economistas), que cada cinco o seis años publica un detallado informe, en el cual hace un resumen de miles de artículos científicos relevantes publicados en revistas internacionales sobre varios aspectos relacionados con el cambio climático. El fin es proporcionar la base científica a los  responsables políticos. Hoy en día el IPCC nos dice con voz alta que el cambio climático es debido a la creciente combustión de fuentes fósiles de energía (carbón, gas, petróleo) que, en pocas décadas, ha provocado una subida exponencial de la concentración de CO2 a niveles de más de 400 ppm, valores muy superiores a los de la historia terrestre de los últimos 800.000 años por lo menos.

Aunque desde los años setenta importantes estudios ya habían identificado los problemas relacionados con un crecimiento continuo en un planeta limitado, la atención política fue puesta en el cambio climático por primera vez en 1992, en la Conferencia de Río, cuando -entre otros temas- se señaló como una amenaza real. Entonces se instituyó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés), con el objetivo de “estabilizar las concentraciones atmosféricas de gas de efecto invernadero (GEI) a un nivel adecuado para impedir una interferencia humana peligrosa para el sistema climático”. Desde el 1995, dentro de este marco, se repiten a finales de cada año las Conferencias de las Partes (COP) y algunas negociaciones intermedias, en las cuales los miles de delegados de los casi 200 países del mundo discuten principios generales y aspectos técnicos de las posibles implementaciones legislativas a nivel internacional que puedan mitigar los efectos del cambio climático y adaptarse a los que ya son inevitables.

El protocolo de Kioto

Kyoto-Protocol-Members

El primer importante paso vino de la COP3 (1997), que estableció el Protocolo de Kioto (PK) como acuerdo vinculante (pero sin sanciones para quien no lo cumpliera o se retirara) para lograr una reducción global del 5% de las emisiones de GEI comparado con los niveles del 1990, reconociendo formalmente las responsabilidades históricas y diferenciadas de los distintos países. Es decir, que los países desarrollados que han consumido muchos más combustibles fósiles, son los que primero deben empezar a reducir emisiones, ya que tienen mayor responsabilidad sobre el cambio climático. Por eso el PK sólo obliga a reducir emisiones a países desarrollados, como son la UE, Rusia, Japón, Canadá, etc. Las COP siguientes (en particular  la de Marrakech en 2001 y la de Montreal en 2005) procuraron definir la actuación del PK y, a pesar de la no ratificación de los EEUU, el PK entró en vigor en el 2005, con la decisiva ratificación de Rusia. El PK se compone de dos períodos principales, el 2008-2012 y 2013-2020. El PK ha estado en vigor sólo durante el primer periodo, para el cual los emisores históricos tenían que reducir las emisiones, en distintas medidas, disponiendo también de los discutibles mecanismos flexibles del “mercado del CO2” (Emission Trading System, Clean Development Mechanism, Joint Implementation), que en principio iban a optimizar las inversiones necesarias para reducir las emisiones. De hecho, los resultados fueron escasos por la falta de una aplicación global y por usos impropios. El segundo periodo no ha entrado en vigor por la falta de ratificación de un número suficiente de partes (por ejemplo, Canadá se retiró del PK). Esto quiere decir que, hasta 2020, no hay ningún acuerdo global en vigor. Lo que es cierto es que hoy en día las emisiones han seguido aumentando a un ritmo mayor, y los esfuerzos diplomáticos no han producido resultados esperados.

De la decepción en Copenhague

A partir de la COP13 en Bali (2007), se empezó a discutir del periodo post-2020 y se decidió que la COP15 de Copenhague (2009) sería el término último para llegar a un acuerdo global vinculante, es decir, por primera vez, un acuerdo que incluyera todos los países del mundo y no sólo los desarrollados. Las expectativas sobre la COP15 eran muy altas, pero el resultado fue muy decepcionante: no se llegó a ningún instrumento legal vinculante y las partes se limitaron a una declaración formal que fijaba en 2 grados el aumento máximo de temperatura aceptable (comparado con la época preindustrial).

En Cancún (2010) se decidió instituir el Fondo Verde para el Clima (Green Climate Fund), un fondo que debía destinarse a Adaptación, Daños y Pérdidas, y Transferencia Tecnológica hacia los países del Sur. Cinco años después, todavía se discute sobre cómo, cuánto y a quién destinar este fondo, que sigue siendo de momento papel mojado. La siguiente COP17 de Durban identificó el 2015 como plazo límite último para un acuerdo post-2020. Desde entonces se ha trabajado en preparación a la COP de París, instituyendo grupos de trabajo y adoptando una nueva estrategia “bottom-up”: según lo establecido en la COP20 de Lima (2014), en lugar de una legislación global susceptible a ser declinada localmente (“top-down”, como el PK). Así, se deja a los países la iniciativa para proponer planes nacionales de actuación (INDC): cada país propone medidas y objetivos de reducción de emisiones.

Rumbo a la COP21 de París

En Lima y en los siguientes encuentros del 2015 (Ginebra, Bonn…), se ha desarrollado un documento base para París. Compuesto de momento por unas ochenta páginas, el borrador incluye todas las propuestas presentadas por las partes. En estos últimos meses y en París, se debería reducir mucho el texto, a través de acuerdos sobre varios puntos hacia los cuales existen fuertes diferencias entre varias partes, y sobre los cuales ya se debatió en Doha (2012) y Varsovia (2013).

El desafío de París será encontrar un consenso global, superando la diversidad de contextos socio-económicos, y los intereses a menudo relacionados con las compañías fósiles. ¿Podemos entonces esperar algo positivo de París? Tal vez algo mejor que en Copenhague, eso sí, aunque los INDC publicados de momento (por un número de países que cubren más o menos dos tercios de las emisiones globales) ya resultan muy insuficientes para limitar el aumento a dos grados. Todavía faltan India, Brasil e Indonesia entre los grandes emisores, sin embargo hay alguna esperanza.

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Los dos mayores emisores, EEUU y China, por primera vez han mostrado su interés en tomar compromisos, impulsados también (o sobre todo) por las oportunidades del mercado de los negocios verdes. Además, podemos esperar que la anfitriona, la UE (y Francia en particular), a pesar de la limitación que representa la fuerte dependencia de los fósiles de su sistema energético, empuje más a las otras potencias occidentales hacia el logro de un acuerdo vinculante. De eso depende también el prestigio político de la UE y la credibilidad de las Naciones Unidas, y, también, del futuro económico de la UE, que, al ser muy dependiente de las importaciones fósiles, apuesta más que otros hacia un futuro más verde.

Por último, y muy importante, hay varios puntos que la sociedad civil y los países más vulnerables piden, y que es muy probable no se les dé la importancia merecida en las negociaciones. Hablamos de los principios de justicia intergeneracional, de los fondos hacia países vulnerables y de un posicionamiento muy claro a favor de un futuro completamente libre de combustibles fósiles, como piden, por ejemplo, varios países de Latinoamérica y de África. Tampoco se ven mejoras en la presencia excesiva e injustificada de las compañías fósiles en las mesas de negociación.

Otros puntos que despiertan preocupación, de los cuales hay que hablar aparte, son las más que discutibles soluciones propuestas de secuestro y almacenamiento de carbono, de la geoingeniería y de los “mercados ambientales” (créditos de emisiones) que siguen siendo presentados como una posible salida de esta crisis climática y sistémica, a pesar de sus fuertes contradicciones y del escaso apoyo civil. La sociedad civil es cada vez más consciente, activa y presente en las mismas COP: ¡se necesita también el empuje ciudadano para obtener resultados tangibles!

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