Desde hace más de un siglo, nuestro modelo energético se basa en el extractivismo, es decir, en la explotación de recursos naturales que se encuentran bajo tierra. Petróleo, gas y carbón no sólo son fuentes fósiles de energía (primaria y eléctrica), sino también son importantes actores en campo económico. Estos recursos se han formado a partir de depósitos orgánicos y procesos geológicos durante millones de años y se distribuyen de manera desigual, en diferentes profundidades y en diferentes tipos de roca. Su importancia se ha reflejado claramente en el equilibrio de la economía mundial desde hace más de medio siglo.
El aumento exponencial de la demanda y el agotamiento de los recursos más fáciles de explotar está subrayando el conflicto sistemático entre el modelo económico y el clima, como afirma, por ejemplo, Naomi Klein en su último libro, Esto lo cambia todo. Por eso, la crisis climática no se puede abordar solo con argumentos puramente ecologistas (destrucción del medio ambiente, emisiones de gases de efecto invernadero), políticos y sociales (guerras y tensiones geopolíticas), sino que debemos hablar la única lengua que comprenda la lobby que gestiona y explota los recursos naturales: el lenguaje de las finanzas.
El mensaje es muy simple. Desde un punto de vista financiero, hay señales claras que indican que con los combustibles fósiles se está repitiendo lo que ya pasó con la informática en el año 2000 y con los bancos en 2007-2008: una burbuja especulativa. Veamos el por qué.
En una época caracterizada por la inestabilidad de los precios (debido a las estrategias políticas y equilibrios internacionales), la industria está obligada a buscar recursos fósiles cada vez más imposibles. Perforaciones en aguas cada vez más profundas, exploraciones en lugares de difícil acceso y delicados como el Océano Ártico y la extracción de petróleo y gas no convencionales (a través de la fracturación hidráulica -fracking- o en arenas bituminosas) son ejemplos que muestran que se están acabando los recursos convencionales de alta rentabilidad, es decir, cuyo coste de extracción es mucho menor que el precio de venta en el mercado. Este argumento sencillo puede, de por sí, apoyar la campaña internacional de desinversión en los combustibles fósiles. Pero no sólo es esto.
El economista Lars Nautrup, analista profesional para Ansvarlig Fremtid (la campaña de desinversión en Dinamarca), presente en el Climate Skillshare de Zurich, destaca los puntos principales sobre el papel de las finanzas en el modelo extractivista, que se resumen de la siguiente manera:
- En primer lugar, cada reserva fósil supone un coste de extracción, teniendo en cuenta su profundidad, su entorno, las dificultades tecnológicas que implican y los costes de exploración, instalación, producción y transporte. Para que el negocio sea rentable, estos costes deben ser inferiores al precio de mercado. Actualmente, por ejemplo, el bajo precio del petróleo está dificultando los negocios de la creciente industria del fracking en los Estados Unidos, porque sus costes de producción son mucho mayores que en el caso de las reservas convencionales (abundantemente presentes, por ejemplo, en Arabia Saudita, pero cada vez más escasas en los Estados Unidos). Podríamos hablar largo y tendido sobre la discutible rentabilidad de reservas no convencionales, así como la externalización de los costes, es decir, el hecho de que no se tienen en cuenta los costes asociados a los daños al medio ambiente y a la salud (por ejemplo, eventos extremos causados por el cambio climático y que generan enormes daños económicos, los problemas de salud por la contaminación, que son muy graves, por ejemplo, en las grandes ciudades mineras en Rusia y China, los daños derivados de los frecuentes accidentes y derrames…): las empresas no pagan por todos estos daños. Sin embargo, dejaremos ese aspecto y vamos a centrarnos en lo puramente financiero, teniendo en cuenta la situación actual.
- En segundo lugar, se puede asociar cada reserva fósil a una cantidad de emisiones de gases por su combustión, y, en consecuencia, a un aumento de la temperatura global, de acuerdo con los modelos científicos más precisos. En consecuencia, podemos asociar a cada reserva fósil un cierto aumento de la temperatura. La comunidad científica nos dice que si queremos limitar el aumento de temperatura a dos grados (como se acordó en Copenhague en 2009), el 80% de las reservas debe permanecer bajo tierra.
- En tercer lugar, consideremos las finanzas, que se ocupan esencialmente de riesgo. Los riesgos se estiman en lo que se denominan modelos financieros, y que pueden incluir la probabilidad de ocurrencia de ciertos escenarios para maximizar el rendimiento de la cartera de inversión. Si la cartera incluye inversiones en empresas fósiles (lo cual es muy común, ya que hasta ahora ofrecen alta rentabilidad), los escenarios incluyen la posibilidad de que las reservas fósiles contadas por las empresas fósiles sean realmente imposibles de explotar, por dos razones: altos costes de producción en el precio de mercado (que, sin embargo, depende de la producción propia y del equilibrio geopolítico), o cualquier acuerdo internacional para reducir las emisiones. Este acuerdo (el siguiente intento es en la cumbre COP21 de París a finales de año) podría, por ejemplo, obligar a los países a imponer impuestos sobre las emisiones, lo cual implica una drástica reducción de la demanda de combustibles fósiles, y, de hecho, que obliga a dejar para siempre bajo tierra la mayor parte de los recursos identificados. En este caso, el valor de estos recursos sería cero: las empresas tendrían «stranded assets«, y su valor de capital disminuiría drásticamente. El riesgo que esto pueda suceder tarde o temprano se formaliza en distintos modelos financieros, que estiman las posibilidades de llegar a un acuerdo internacional antes de una cierta fecha, que limite efectivamente las emisiones y, entonces, las reservas extraíbles (por ejemplo, un simple modelo podria prever para el 2020 un 20% de posibilidad de llegar a un acuerdo que nos obligue a limitar el calentamiento a 2 grados, un 40% a 4 grados, y un 40% sin acuerdo ninguno). Cada uno de estos modelos trata de evaluar qué impacto tendría dicho acuerdo sobre el valor de la cartera de las empresas.
Teniendo en cuenta todo esto, resulta que, en cualquier escenario con una probabilidad (aunque baja) de llegar a un acuerdo, las inversiones en empresas petroleras pierden valor. En pocas palabras, no es conveniente económicamente invertir en los combustibles fósiles, a menos que realmente se acepte que se puede llegar a quemar sustancialmente todas las reservas actualmente conocidas, enfrentándonos así a una catástrofe climática, con aumentos de temperatura de 5-8 grados, eventos extremos mucho más frecuentes y devastadores, y todos los efectos de un cambio climático fuera de control.
Según la opinión de Lars y de otros expertos, la campaña global de desinversión es una gran idea. Sin embargo, en el manifiesto y en la difusión de la campaña faltan los números y el lenguaje de la finanza, que es el único eficaz para hablar con quién mueve el dinero, verdadero y único motor de la industria vinculada con los combustibles fósiles. Para ello, propone una campaña de desinversión 2.0, más dirigida a los argumentos económicos, con iniciativas como la de los expertos en finanzas Carbon Tracker.
El hecho que los argumentos económicos que apoyan la desinversión son sólidos lo demuestran, por ejemplo, los fondos estatales de pensiones de Noruega y Dinamarca, que han hecho grandes pasos adelante para retirar sus inversiones fósiles, con razones financieras (es decir, el riesgo asociado). Cientos de otras instituciones, como varias universidades de prestigio, se han unido a la campaña mundial de desinversión.
En resumen, el mensaje final es: la única manera de hablar con el mundo de la economía es traducir el riesgo climático en el riesgo financiero. Y este riesgo es objetivamente alto. Tarde o temprano, el modelo energético actual se va a caer, porque sencillamente no es sostenible y serán los propios inversores los que lo hagan caer, en cuanto los riesgos superen a los beneficios. El problema es que, si no hacemos nada, cuando esto pase a lo mejor ya es muy tarde para poder parar el cambio climático.
Gráficas y más información:
www.carbontracker.org